Llorar por su suerte por lo general y alguna que otra alegría, todos cuantos estamos atrapados en la vastedad del infinito Cosmos, aunque los astrofísicos nos nieguen la mayor de lo infinito quedándose sólo en la vastedad.
¿Y por qué? Pues porque jugamos al juego criminal primera opción que nos dio esta creación al crearnos: la crueldad, crueldad que en el humano ha llegado a ser gratuita, pero infinita crueldad del cosmos y cuantas formas de vida contiene basadas en el matar para sobrevivir, hasta los dinosaurios vegetarianos y las vacas y los elefantes, aunque muy otra hubiese sido la creación si del ser vegetarianos no hubiésemos pasado; aunque la condición carnívora debió ser indispensable para la evolución. ¿La inteligencia tiene pues ese basamento? Terrorífica Kali madre de nuestros pensamientos. Y anhelamos el maná el elixir que devolviera el hierro de la sangre, ese hierro que estalla en las supernovas no pudiendo ya sostener la condición de estrella, pues no admite reacción, no admite transmutarse pacíficamente en otros elementos y seguir siendo estrella, que devolviera el hierro de la sangre a la savia que de la luz vive.
¿Cómo se hubiesen formado entonces el resto de los elementos de la tabla periódica? Hierro de nuestra sangre, límite de las estrellas, que fe te escribes. ¿Por fe? ¿Se hubiesen formado las otras tres cuartas partes de los elementos por fe? No soy capaz de sacarle una moraleja a esto de la inteligencia, ¡o el alma!, que necesitan de la sangre de los sacrificios o los catastróficos estallidos para haber llegado a formularse. Si por fe de la que no es hierro pero también se basa o se baña en sangre... Una misma cosa. No había otra salida. Bien hizo en denominar por fe la especie humana a cuanto desconoce, ignorancia: fe, ya vemos lo tan lo mismo que son ambas. Desde luego que los otros 74 elementos están hechos de fe. Nada hay más que lo que me presentó mi sueño de adolescencia: Un Jesucristo alzado en una cruz sobre un monte y la sangre, un vasto océano rojo llegándole hasta la boca o la cintura, mientras profería: -Hasta aquí ha llegado la maldad humana. ¿Y qué maldad? Hasta ahí, su boca o su cintura, ¿ha llegado la inteligencia, el alma? ¿La cabeza, el torso de lo que en ese sueño representase lo divino, no seremos capaces de ahogarla, aprehenderla?; ¿ello es la física más allá de la física para la que ya no ha de contar la tabla periódica ni la formación estelar tal como nos la narran?
Hasta ahí hemos llegado: Hasta la misma boca o rostro de Dios, de nuestras Dimensiones, la comprensión de la tridimensionalidad, si es cuarta u onceava como si es fractal de dos y media, no nos será dada por la sangre del hierro o el hierro de la sangre, ni por la mayúscula bobada de la fe en nuestra desgraciada ignorancia, sino por el Conocimiento del resto último de lo a conocer: cabeza de Dios, en la que Kali misma o Siva, la Sibila Mente, nada tengan que ver con la crueldad que hasta las mismas puertas de la boca divina llega como queriendo hacer inundación en ella. Pero Hasta aquí ha llegado la maldad humana; y de ahí no pasará. Brindo por un Conocimiento en el cual su letra ya no con sangre entra, ni a borbotones de la misma sale, sino por la luz de lo tan mayestáticamente enraizado en Sí mismo como es una planta. Esos son los Jardines del Paraíso o de las Delicias tan asociados con la idea de dios. Brindo por el Loto de la Creación, ese tan como los niños o donde éstos reposan.
Divagando, divagando, al fin llegando. Y yo sin mi caesar, cabellera, para desparramarla ahora aquí. Valgan las frases por mi sansónico pelo rapado que tiene tan poco de César y mucho de piangerò la sorte mia.